viernes, 8 de enero de 2016

Hace algo más de un mes, en una relación casual, con un chico que acababa de conocer y tras una noche de bares y alcohol, me quedé embarazada por accidente. Todos los ingredientes de lo que parece ser, así contado, un fin de semana loco que acaba con mucha diversión pero mala suerte.


Lo confirmé el 24 de diciembre, cuando estaba de vacaciones en España, con un test casero que me hice yo sola. Tuve que volver a la farmacia a por otro, esperando que algo hubiera salido mal y el positivo hubiera sido un error. En cuanto vi que el segundo también dio positivo, actué rápidamente. Era nochebuena, los días siguientes eran festivos y yo tenía que volver a Inglaterra, donde vivo, a la semana siguiente. Así que automáticamente tecleé en google “Aborto Granada”, encontré un teléfono de los muchos que aparecieron, llamé diez minutos antes de que cerraran y conseguí una cita para el día 28 de diciembre, a las 10 de la mañana. Pensé: “Menos mal, voy a poder hacerlo en tres días y estaré lista para volver al trabajo cuando vuelva, todo solucionado.”


Ese día, el 28 de diciembre, me levanté temprano, cogí un autobús y fui hasta la clínica en la que pagué 450 euros para que interrumpieran mi embarazo. Así de fácil.



Así de fácil.