Hace algo más de un mes,
en una relación casual, con un chico que acababa de conocer y tras una noche de
bares y alcohol, me quedé embarazada por accidente. Todos los ingredientes de
lo que parece ser, así contado, un fin de semana loco que acaba con mucha
diversión pero mala suerte.
Lo confirmé el 24 de
diciembre, cuando estaba de vacaciones en España, con un test casero que me
hice yo sola. Tuve que volver a la farmacia a por otro, esperando que algo
hubiera salido mal y el positivo hubiera sido un error. En cuanto vi que el
segundo también dio positivo, actué rápidamente. Era nochebuena, los días
siguientes eran festivos y yo tenía que volver a Inglaterra, donde vivo, a la
semana siguiente. Así que automáticamente tecleé en google “Aborto Granada”, encontré
un teléfono de los muchos que aparecieron, llamé diez minutos antes de que
cerraran y conseguí una cita para el día 28 de diciembre, a las 10 de la
mañana. Pensé: “Menos mal, voy a poder hacerlo en tres días y estaré lista para
volver al trabajo cuando vuelva, todo solucionado.”
Ese día, el 28 de
diciembre, me levanté temprano, cogí un autobús y fui hasta la clínica en la
que pagué 450 euros para que interrumpieran mi embarazo. Así de
fácil.
Así de fácil.