viernes, 15 de abril de 2016

Hay una escena, un momento sobre el que no he escrito y que esta semana se repite mucho en mi cabeza. En la clínica, me puse muy muy nerviosa en el despacho, cuando la doctora me explicaba todo el procedimiento y ella, en vez de preguntarme ‘¿Qué te sucede?’, ‘¿Estás segura de lo que vas a hacer?’, me dio un tranquilizante, ‘Póntelo bajo la lengua’, me dijo, ‘que así actúa más rápido’. Entonces yo dije que necesitaba salir un momento del despacho y fui a buscar a mi amigo, que estaba en la sala de espera, para hablar con él. Había más gente en la sala, así que teníamos que buscar otro sitio para hablar.

Y entonces abrí la puerta de la clínica y salí, salí al portal, salí de la clínica, me iba fuera. Salí de allí.

La enfermera y mi amigo, se rieron, pero dónde vas, mujer, vamos a hablar en uno de los cuartos. Los cuartos son una especie de habitación a modo de hospital a los que se va antes y después de la intervención. Hay una tele, una cama con una manta, una mesita en la que te ponen un zumo, una magdalena y un ibuprofeno.


Fuimos al cuarto, hablé un poco con mi amigo, yo quería encontrar una excusa, que la clínica parecía cutre, que me habían dado un tranquilizante, que el cuarto de baño, que la doctora tal vez no era doctora, que…Pero no la dije, la excusa, di un abrazo a mi amigo, y me puse la pastilla bajo la lengua.



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