Un recuerdo desagradable de la clínica es la eficiencia, el
grado de no pasa nada, esto no es nada, paga por adelantado,
una conversación de la enfermera cuando yo estaba tumbada en la camilla, antes
de que empezara a presionarme en el vientre, sobre algo de gel en uno de los
botes, tenía que rellenarlo, habría que pedir más gel.
Sin embargo, no tardaron en informarme de que nada se notaría. De que un doctor podría
examinarme esa misma tarde y no sabría lo que había pasado, de que se habían
borrado todas las pruebas, de que nunca
tendría por qué contarlo.
Mi dignidad: todo el derecho a perderlo, a sentir el dolor
en el vientre, a poder negarlo y olvidarlo.